22/9/16

CASANOVA EN BOLZANO

LA AMANTE DE BOLZANO
Vendegjatek Bolzanoban, 1940
SÁNDOR MÁRAI
Trad.: Judit Xantus Szarvas
Salamandra, 2014


Escrita antes de “El último encuentro” se diría que la presente novela es un ejercicio preparatorio de aquélla. Dos hombres que aman a la misma mujer, establecen un pacto entre ellos. En este caso, la mujer está viva, es joven y sigue enamorada. Llama la atención, no obstante, que el autor húngaro haya ambientado esta novela en el siglo XVIII y elegido un personaje histórico como Casanova. Pero si se piensa más detenidamente,  la elección es perfecta para los fines que Márai persigue. El tiempo y el lugar vienen determinados por la elección del personaje: Casanova, icono del seductor profesional (si pudiéramos llamarle así), del amor libre, fugaz, sensual y sexual. Pero justamente lo elige para reflexionar y horadar en el concepto del amor, y el que habitualmente le acompaña, la felicidad. Cuento moral, aquí entra el lector en el territorio habitual del autor húngaro, y ya no resulta sorprendente que el escenario sea Bolzano, adonde Casanova dirige sus pasos tras la apresurada huida de Los Plomos, la cárcel veneciana donde la Inquisición lo retenía preso.
Bolzano. En la posada donde Casanova se recompone, busca fondos para la reposición de vestuario y manutención, le llega la noticia de que en la ciudad reside el Conde de Parma, avivando con ello dulces y a la vez bochornosos recuerdos, porque la actual esposa del conde no es otra que Francesca, una bellísima joven a la que excepcionalmente amó de modo casto, y cuya relación fue drásticamente cortada por la espada del Conde de Parma, pretendiente a la mano de la damita. Tras un sangriento duelo del que salió vencedor el Conde, a pesar de sus años, Casanova huyó. Abandonó a Francesca, dejándola sumida en un profundo dolor.
Giacomo Casanova

Ahora Francesca está en Bolzano. Sigue pesando sobre Casanova la amenaza de muerte si se acerca a ella; la evita, pues, aunque sabe por terceros que el Conde desea verle. Los recuerdos le asaltan día y noche y ni siquiera los dulces besos de la criada de la posada le ahuyentan la imagen de Francesca, y el recuerdo de su culpa, de su cobardía por abandonarla, cediéndola al Conde.
Márai utiliza muy bien el juego de las máscaras, el disfraz, que en este caso es altamente simbólico. Con los disfraces, cambian los papeles, y los discursos: femenino por masculino y viceversa. Y Francesca se revela como una profunda conocedora del alma humana, desvelando, o mejor, desenmascarando al seductor, haciéndole ver su miedo, su pánico ante la responsabilidad del amor, que recorta su libertad, y que vulnera todas las leyes del juego amoroso, un juego en el que Casanova es experto. Pero Francesca también hace ver a su amante que lo que mantiene el amor es el deseo: aquello que no se tiene y que no se va a tener nunca. Le muestra el panorama de su vida, de lo que sería su vida juntos, para que Casanova, inquieto e indeciso, dé un paso atrás. “No puedes resistir la llamada del papel, la llamada de tu género artístico; toda tu vida ha sido el peligro mismo y lo será para siempre. No puedes vivir de otra forma, acéptalo pues. Necesitas el peligro,”

Sándor Márai
El contrato que ha hecho con el Conde implica que debe seducirla y abandonarla, debe hacer que ella odie su recuerdo. Él se demora y duda, planea su marcha, busca un disfraz, y finalmente ocurre el encuentro, el último encuentro entre los amantes, pero con los papeles cambiados: ella es quien lleva la iniciativa, ella es quien toma la decisión, ella es la que demuestra madurez  pese a su juventud, y él, el seductor, el amante, el hombre…calla y otorga.
Los diálogos son intensos y jugosos. Disección del amor, del amor como una opción vital, el Amor con mayúsculas, mostrando a la vez lo que no es amor, lo que es puro entretenimiento, juego sensual, vuelo de mariposa. Toda la tensión se dirime en las explicaciones finales, pero el proceso de llegar a ellas conduce al lector, que por un lado comprende el razonamiento de Casanova y el del conde de Parma, entendiendo también a Francesca, que pone la puntilla, al desenmascarar el artificio y  dejar en posición humillante al hombre que pretende ser un artista, un jugador, un libertino, …pero que sigue siendo un hombre.



Fuensanta Niñirola




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