6/8/16

EPISTOLARIO TURCO

CARTAS DESDE ESTAMBUL 
LADY MARY WORTLEY MONTAGU

Casiopea. Barcelona, 1998. 247 págs.

Las cartas que componen esta edición están escritas entre 1716-1718, el siglo XVIII acaba de cubrir su primera década y la ilustración está en fase de expansión. Es ésta una crónica epistolar ilustrada, con la peculiaridad de que quien la escribe no es Madame de Sevigné desde su boudoir, sino una dama británica desde diversos escenarios; soleados unos, nevados otros, todos muy alejados de su lluviosa y húmeda patria. En 1763, un año después del fallecimiento de la dama, aparecía la primera edición de las Embassy Letters.
Por lo general, la información que proporcionan las cartas privadas, suele ser cercana, más íntima. Escritas solo para los ojos del destinatario, abundan en unos temas o se se explayan en otros, más caros al lector/a de la misiva. Principalmente las cartas de Lady Mary van dirigidas a damas, pero también hay algunos destinatarios masculinos, a los cuales informa de detalles distintos a los desarrollados en las cartas a féminas. Entre los destinatarios femeninos de sus cartas se contaban su hermana (Lady Mar), sus amigas Jane Smith, Sara Chiswell, Lady Bristol, Anne Thistlethwayte, Lady Rich, Frances Hewet, la princesa de Gales, y entre los destinatarios masculinos, el poeta Alexander Pope y el abad Conti. Y hay, curiosamente, unas breves misivas a su esposo, que nos muestran con pocas pero muy evidentes páginas, cómo era la relación entre ambos.
Lady Mary es una avanzadilla de la Ilustración hacia Oriente. Mientras sus aristocráticas congéneres se empolvaban las pelucas, aspiraban rapé y se desplazaban con rumor de fru-frú por los salones, Lady Mary soñaba con otros mundos. Sueños que pudo hacer realidad cuando su marido, sir Edward Wortley Montagu, fue enviado como embajador a Estambul. Quizás otro tipo de dama se hubiera quedado esperando en Londres, cuidando a su hijito y tomando el té con sus amistades. Pero Lady Mary, no.

Nacida en 1689, en el lujoso Covent Garden londinense, Mary Pierrepoint era hija del conde de Kingston. Lord Kingston no se ocupaba apenas de sus vástagos, pero disponía de una excelente biblioteca, a la que la prodigiosa Mary pudo acceder, y por su cuenta y riesgo aprendió latín, francés y conoció la obra de autores como Ovidio o Molière. En edad casadera, no llegó a un acuerdo con su padre en la elección de marido. En 1712, harta de discutir con su padre, saltó por la ventana y se fugó con sir Edward Wortley, once años mayor que ella, de buena planta, rancio abolengo pero pocos fondos y prometedora carrera política. 
Pero en el pecado va la penitencia, porque en breve Mary comprendió que su elección había sido equivocada. Al año de casados nacía su hijo Edward, y más tarde, en Estambul, tendría una hija. Una vez cumplidas sus obligaciones matrimoniales, sir Edward se dedicó en cuerpo y alma a su carrera política y se desentendió por completo de su esposa e hijos…lo cual era, por otra parte, lo habitual.
Sin embargo, la vida le cambiará por completo cuando en 1716 su esposo es designado para representar a Inglaterra ante la corte de la Sublime Puerta. Parten en agosto desde Inglaterra, pero en vez de por mar, eligen el camino terrestre, atravesando Países Bajos, Alemania y Austria, lo cual les ocupó casi un año, puesto que hasta primeros de junio de 1717 no se establecen en Pera (Estambul), donde estaban las legaciones internacionales. Antes habían vivido una temporada en Adrianópolis, donde estaba la corte del sultán. En Turquía permanecerán hasta un año después, en 1718, que su marido recibe la orden de regresar, y esta vez lo harán por el Mediterráneo.
Pues bien, aficionada a la escritura y hábil observadora, Lady Mary escribe a sus allegados pormenorizadas cartas en las que cuenta todo lo que le llama la atención de los países que visitan: paisajes, edificaciones, costumbres, aspecto de los habitantes, modos y modas, clima, comidas y anécdotas diversas, que surgen en un viaje de tamañas proporciones.
La contraposición de lo que los ingleses llaman “el Continente” y su húmedo y oscuro país es percibida inmediatamente por nuestra dama redactora. Pero aún dentro del Continente, distingue muy bien entre los Países Bajos, las ciudades alemanas libres, y las ciudades alemanas que viven bajo un príncipe. Un botón de muestra:
“He visto cuanto de extraordinario había que ver en Colonia, Frankfurt, Würzburg y este lugar, y resulta imposible dejar de notar la diferencia entre las ciudades libres y aquellas bajo el gobierno de príncipes absolutistas, como son todos los pequeños soberanos de Alemania. En las primeras, se observa un aire de abundancia y comercio. Las calles están bien hechas y llenas de gente, ataviadas con sencillez y pulcritud, las tiendas rebosa de mercancías y el pueblo llano es limpio y alegre. En las segundas, se observan galas raídas, un cierto número de personas sucias vestidas de oropel, calles horrendas y estrechas sin reparar, habitantes terriblemente delgados y más de la mitad de la plebe pide limosna. ”

Leipzig y Dresde le encantan, pero Viena le causa cierta decepción, según escribe a su hermana:

“Esta ciudad, que tiene el honor de servir de residencia al Emperador, no respondió en modo alguno a las ideas que de ella me había hecho, resultando ser mucho menos de lo que me esperaba encontrar. Las calles están muy cerca unas de otras y son tan estrechas que resulta imposible contemplar las bellas fachadas de los palacios, a pesar de que muchos de ellos son dignos de observación, pues son verdaderamente magníficos, todos construidos en fina piedra blanca y excesivamente altos. La ciudad es demasiado pequeña para el número de personas que desean vivir en ella y, según parece, los constructores han proyectado poner remedio a esa desgracia amontonando una ciudad sobre la otra, en vista de que la mayoría de las casas tienen cinco y hasta seis pisos.”

Pero el cambio radical se produce al internarse en las llanuras húngaras y deslizarse por los campos nevados hacia Oriente. La carta XXIII dirigida a su hermana desde Petrovaradin, (Serbia), ya en territorio turco, cuenta con detalles su peligroso viaje a través de Hungría. La frontera con el imperio turco se encontraba en esa zona, y una vez traspasada nuestra dama va de sorpresa en sorpresa y se da cuenta que aquello sí que es otro mundo. Y un mundo que, si por una parte la atemoriza, por otra la impresiona muy favorablemente. La carta XXIV, dirigida a Alexander Pope desde Belgrado, habla de la historia reciente del país y de las fluctuaciones de la frontera en la zona. En la carta XXVII enviada desde Adrianópolis describe su famosa visita al hamam, que tuvo lugar en Sofía (Bulgaria).

Las prolijas descripciones de los ropajes, vajillas, decoración de interiores, mezquitas ( que visitó disfrazada) deliciosos platos dulces y salados, se unen a las explicaciones de tipo social, histórico e incluso, puesto que la dama poseía una cultura clásica envidiable, a los comentarios mitológicos y su intento de encontrar huellas del pasado griego en todas aquellas tierras. La visita al hamam o baños femeninos, donde ella entra vestida de amazona y se encuentra a una multitud de damas completamente desnudas  (y depiladas) la produce pasmo y gozo a la vez. Es recíproco: las desnudas ninfas desean saber si la dama posee los mismos atractivos corporales y es requerida para desnudarse, pero al topar con las ballenas de su corsé, se frena la acción, quedando las damas turcas convencidas de que los hombres occidentales aprisionaban a sus mujeres con tales artilugios para restringir su libertad. Poco sabían de las modas…y los modos.
Lo cierto es que Lady Mary fue probablemente la primera en entrar (y contarlo) en los aposentos reservados a las mujeres, cosa que ningún hombre había podido hacer ( y salir vivo) y ella confronta lo que realmente ve con las historias muchas veces altamente fantasiosas que otros viajeros habían contado. Para todo ello se esforzó por aprender el idioma y tratar de conversar con las damas importantes, a las que abrumó con preguntas de todo tipo. Y usó muy a menudo los disfraces con la ropa local para moverse por la ciudad y conocer detalles impagables. Mercados, mezquitas, palacios, harenes y demás  son revisados y revisitados, con el consiguiente reportaje epistolar.

Otro aspecto a destacar en las cartas es el que dedica a la cuestión sanitaria: ella, que había sufrido la viruela en su propio cuerpo, conoció cómo los turcos inoculaban virus débiles en personas sanas como prevención de la enfermedad. Ella misma lo probó con su propio hijo y luego en Inglaterra, con su hija.  Quiso, a su retorno, expandir esta medida preventiva, pero fue tachada de peligrosa e ignorada. No fue hasta años después, en  1796, que el científico Edward Jenner descubrió “oficialmente” la vacuna.

Resumiendo, la impresión general que se desprende de esta correspondencia es que si el paraíso está en alguna parte, es en Oriente. Opulencia, lasitud, goce y disfrute de los sentidos, libertad sexual…Con muchos matices, pero comparando con las restricciones morales de los países cristianos, sobre todo protestantes, la vida desarrollada en los harenes y los serrallos le parece a nuestra dama sensual, atractiva y bastante más libre que en su propio país.  Claro que el Gran Turco es un autócrata que mantiene a sus súbditos en un puño, o más bien sus jenízaros son los que lo hacen…pero pensemos que no es hasta finales del siglo dieciocho que empiezan a caer en Europa las testas coronadas. Lady Mary se siente feliz rodeada del lujo oriental, en un clima lascivo y perezoso, donde la vida de las damas es plácida (o ella la percibe así) y la única inconveniencia que descubre que están obligadas moralmente a parir constantemente para mantener su estatus.
Lectura entretenida, divertida, jocosa, interesantísima por la cantidad de detalles que cuenta y el modo literario de hacerlo. Altamente recomendable.


 Fuensanta Niñirola



















1/8/16

ELMORE LEONARD: DOS WESTERNS

HOMBRE / QUE VIENE VALDEZ
ELMORE LEONARD
Traducción: Marta Lila Murillo
Valdemar, col. Frontera, 2015


Los buenos escritores pueden permitirse saltar de un género a otro, recordemos a Conan-Doyle, sin ir más lejos.  Elmore Leonard es archiconocido dentro del ámbito de la literatura policíaca con sus  37 novelas, muchas llevadas al cine o la televisión así como diversos premios  (Hammett, Diamond Dagger, Grand Master, …) en su haber. Pero empezó escribiendo western. Leonard fue colaborador de muchas revistas especializadas en temas western, a las que envió relatos desde 1951, y su primera novela en 1953. No será hasta dieciocho años después que publicará la primera policíaca, y a partir de entonces publicará indistintamente un género u otro, pero en total los western no pasarán de ocho novelas.
 La presente edición agrupa dos novelas cortas: la mas breve, casi un relato largo es “Hombre” (1961) y “Que viene Valdez” (1970), de una longitud mayor, ya tiene la consistencia de novela. Tienen ambas mucho en común: los escenarios, la frontera sur, los apaches, y un protagonista hispano/indio de pasado turbio y doble apariencia.
“Hombre” está localizada en Arizona, hacia 1884. Un carruaje (ni siquiera una diligencia, solo una galera) se llena de clientes que necesitan ir hacia Delgado y Bisbee. El lector aficionado al género y al cine inmediatamente recordará “La Diligencia” de John Ford, porque en su inicio tiene muchos toques comunes, pero en su desarrollo también recuerda situaciones de “Siete mujeres” (1966, J.Ford),  “El último refugio”(1941, Raoul Walsh), o incluso una película de Hitchcock, “Naúfragos”(1944). Al inicio, el narrador (Carl Allen), que participa en la acción, presenta a los personajes: John Russell/Hombre, el protagonista principal, la chica McLaren, Henry Méndez, el doctor Favor y señora, y finalmente, Frank Braden. La trama: siete personas compartiendo un espacio limitado como es el carruaje, y las circunstancias que van surgiendo en el trayecto, hasta llegar a situaciones límite, que harán a los personajes mostrar comportamientos diversos, a veces contradictorios, y que revelarán las motivaciones profundas de cada uno. Con breves pinceladas, trazos cortos y precisos, el autor pinta la psicología de los personajes a la perfección, e incluso plantea al lector cuestiones de más calado. Maravilla comprobar cómo se puede dibujar un conjunto de personalidades tan diverso con tan pocas palabras.
La tensión va in crescendo y hasta el final el suspense continua, porque el lector ignora cómo van a reaccionar en cada momento los personajes. La acción, por una parte roza la heroicidad…y por otra, la traición y la cobardía. El relato es redondo. Hay una película basada en él, con el mismo título original, en castellano: “Hombre”(Martin Ritt, 1967), protagonizada por Paul Newman.

“Que viene Valdez” es una narración más larga, más compleja, pero el protagonista, Roberto/Bob Valdez, cuya vida se divide en dos como su personalidad, aparentemente parece un pobre hombre pero a lo largo de la trama va resurgiendo su antigua identidad apache…en este sentido este personaje tiene mucho parecido con el de John Russell, en “Hombre”. En esta novela también otros personajes evolucionan y cambian sus posturas, a la vista de la actuación de Valdez. El enfrentamiento que mantiene con el malvado Frank Tanner, todopoderoso jefe de una cuadrilla de pistoleros, que se cree con capacidad de decidir sobre la vida o la muerte de los hombres…y de las mujeres.  Gay, su amante y aspirante a esposa también cambia su modo de ver la vida, cuando conoce a Valdez. También se ha llevado al cine esta novela: Valdez is coming,  (Edwin Sherin, 1971), protagonizada por Burt Lancaster en el papel central.

La muerte del hombre equivocado al principio de la novela, genera toda una epopeya por parte de Valdez, que quiere reparar el error ayudando a la mujer india. Pero las cosas se complican y toda una montaña de obstáculos le impiden cumplir su reparación…mientras lo intenta como un buen hombre blanco. Entonces lo intenta como un apache. Los apaches eran expertos en el arte de la guerrilla. El distanciamiento entre anglosajones y mexicanos, la discriminación, es ostensible. De ahí la importancia de la doble personalidad de Valdez.

Elmore Leonard
La acción se desarrolla siempre en espacios abiertos, en los paisajes de Arizona. Los personajes deambulan por ellos, siguen pistas, persiguen a un hombre, aunque ese hombre también les persigue a ellos, llegado un punto.  Y todo el motivo originario es la reparación de una muerte equivocada, aunque con el desarrollo del argumento aparecen bastantes más motivos para acabar con un personaje odioso y cruel. Sin embargo, el final queda abierto y sugerente, a diferencia del final de la anterior novela, que cierra un círculo.
Ambas son una lectura imprescindible para los amantes del género y para cualquiera interesado en la buena literatura.




Fuensanta Niñirola

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