29/10/14

LOS SIGLOS DORADOS

VISIÓN DEL SIGLO DE ORO Y OTROS APUNTES
FERNANDO DE VILLENA
Institución  Alfonso el Magnánimo, colección Debats, 2014


Este libro, como bien aclara el propio autor en una nota previa, se compone de una recopilación de diversos artículos, conferencias, ensayos, que a lo largo de los años han tenido distintos tratamientos. O no han sido publicados, o se han publicado aisladamente o formando parte de revistas, suplementos literarios, etc. El eje, como el titulo nos indica, es el Siglo de Oro español, que, según nos explicará posteriormente, no coincide exactamente con un siglo, sino que está a caballo entre el XVI y el XVII, teniendo, además, características cambiantes. Se ocupa en este volumen principalmente de los clásicos españoles y algunos contemporáneos no hispanos, así como reflexiona un poco sobre el hecho literario en si.
En la medida de que son ensayos, artículos o conferencias, no espere el lector una clase magistral. Es como una conversación con un especialista literario en este siglo, una conversación de café, no una charla académica, si bien el contertulio ha de haber leído un poco de los autores de los que trata, y si no lo ha hecho, (sobre todo cuando habla de autores menos conocidos) es una manera de tener noticia de ellos, y quizás, despertar su interés por leerles.

Ya en el primer texto, del que se ha tomado el título del libro, el autor dirige una mirada general sobre el concepto mismo de Siglo de Oro, prefiriendo hablar de «los siglos de Oro o la edad Dorada», puesto que no hay una precisa limitación a un siglo; remarca y repite en varios textos la «inmensa distancia que media entre los albores del siglo XVI y las postrimerías del XVII» la evolución estilística de la literatura española entre Renacimiento y Barroco, «de la sencillez y la naturalidad al delirio del artificio», por decirlo con sus propias palabras, una evolución que Villena relaciona con la formación de la idea de España, así como los valores más influyentes, la sacralización creciente en la sociedad, que se ve reflejada en las obras literarias así como en las artísticas; el tema de la limpieza de sangre, que les preocupaba y mucho; idealismo frente al realismo e, incluso en el barroco más extremo, al naturalismo. Y como eje, el Tiempo, centro de la atención de una mayoría de autores barrocos.



En posteriores textos volverá sobre unos y otros autores, renacentistas y barrocos, tanto los de primera línea como los secundarios, que Villena considera como mejores exponentes de la época histórica, ya que los grandes escritores suelen elevarse para tratar temas universales. Estudia también la mirada retrospectiva que la generación del 27 dirigió sobre los autores del barroco, así como la relación con los escritores hispanoamericanos, a los que considera herederos y continuadores del barroquismo. Hay un texto sobre el erotismo, el plagio, el humor, la poesía navideña, el manierismo, etc.

De este modo Villena nos habla de Calderón y Ceuta, Calderón y el teatro, caracterizando su obra como «el perfecto equilibro entre ilusión y distanciamiento», habla de Lope, Cervantes, Gracián; disfrutamos de un breve y jugoso relato imaginando un encuentro entre Barahona y Cervantes; más adelante, encontramos un interesante artículo sobre el Inca Garcilaso y los historiadores de Indias. La Florida del Inca «es una exaltación del mundo heroico según el prisma renacentista» y compara a Garcilaso con Don Quijote, por su visión ilusionada del héroe.

Pero también se explaya sobre los autores menos conocidos: dedica un texto a la obra poética de Gerardo de Nerval, el argentino Manuel Gálvez y si obra El mal metafísico; sobre la vida y la obra de Gabriel Miró; sobre la obra de Leo Pérutz, al que admira profundamente; y finalmente, sobre González Ruano, a cuya obra califica de «paraíso cerrado para muchos y jardines abiertos para pocos». En repetidas ocasiones a lo largo del libro Fernando de Villena se lamenta e indigna de que actualmente se dedique tanta atención editorial a textos que no lo merecen, que no aportan nada, que a su juicio no tienen ningún valor, salvo el comercial, y que sin embargo autores como los que cita pasen desapercibidos y queden velados en la oscuridad de las librerías de viejo o incluso en el absoluto olvido editorial.

Finaliza con tres textos didácticos (no puede evitar el autor la impronta de sus años académicos) sobre el proceso de transformación en la novela: transformación de los personajes, del propio novelista, y del lector (un texto que realmente da que pensar); sobre  poesía y arte: Villena desarrolla una curiosa clasificación entre posibles visiones del mundo, hacia las que cada persona se siente naturalmente inclinada: la colorista, de sentimiento dionisíaco; la lineal, de perspectiva apolínea; y finalmente la tonal, que llama lumínica, y en la que se alinea el autor. Esto, que parece una clasificación de artes plásticas (y que lo es) en realidad es usada por el autor para aplicarla a la literatura. Y finalmente, diserta sobre el buen o mal hacer del escritor, tanto en la novela como en la poesía, el drama o el ensayo, sugiriendo a los noveles diversas líneas de acción.
 
Libro altamente interesante para el amante de la gran literatura, no para el gran público, puesto que está lleno de textos que llegarán más al especialista y al lector de verdad. Echo en falta en esta edición, sin ser imprescindible, la fecha de cada texto, y la referencia de donde ha sido publicado. Hay algunas, pero la mayoría figuran sin más datos. Pero por lo demás, es una edición muy correcta.



Ariodante


27/10/14

BLÁSCO IBÁÑEZ: EL PAPA DEL MAR

EL PAPA DEL MAR

VICENTE BLASCO IBÁÑEZ
1925, Prometeo

En esta novela se engarza la narración de viajes, la novela decimonónica flaubertiana, y  la historia, pero no novelada, sino contada a modo de documental.  El hilo conductor de la novela es la relación entre Claudio Borja, joven valenciano aspirante a escritor, protegido del diplomático Arístides Bustamente tras la muerte de su padre, y Rosaura Salcedo, la joven viuda de Pinedo, un potentado argentino fallecido, que pasea su espléndida figura entre París y la Costa Azul, Madrid o Roma, despertando más de una encendida pasión. La señora de Pinedo impresiona al joven Claudio, y este a su vez cautiva con sus explicaciones históricas a la bella dama argentina, que desconoce muchos detalles de la historia europea. «A mí me interesa todo lo que supone trabajo y voluntad-afirma, rotunda, Rosaura- a mí me interesa toda persona que tiene un ideal y procura realizarlo». Claudio planea escribir sobre Pedro de Luna, el papa que acabó sus días en Peñíscola. Y para ello piensa hacer el recorrido que el pontífice realizó en su huída desde Avignon  hasta el final castellonense.
Comienza la narración contando la biografía de cada uno de los dos personajes, antes de entrar en materia histórica propiamente, y le sirve al autor para situar psicológica y socialmente a ambos, a la vez que introduce ya historias tangenciales como la de la hebrea Sephora, ama que cuidaba del niño Claudio y que le llenó la cabeza de historias bíblicas y talmúdicas, así como el Canónigo Figueras se ocupó de la educación del joven bachiller. A pesar de terminar los estudios de Derecho, el joven Claudio prefiere la poesía. Pero Don Arístides ya le planea un matrimonio con su hija, Estelita, sin darse cuenta de que en los sueños del joven figuran tanto Venus como Lilith.

Rosaura Salcedo es, a su vez, una dama de la aristocracia criolla bonaerense, cuyo marido tuvo mucha relación con Bustamante, el padrino de Claudio. Cuenta el autor la vida en las estancias argentinas, la prematura muerte del padre en un duelo, como tuvo que pasar algunos apuros hasta que finalmente desposó a Pineda, rico y poderoso hombre de negocios, al que conoció a los 19 años, casi veinte menos que el futuro marido. Blasco se explaya contando los negocios de «el rey de los campos» por tierras americanas y europeas. Tras altibajos económicos, murió dejando una viuda de 25 años, que, al morir también su madre, nada le ataba a sus tierras y se trasladó a Europa, conociendo a Claudio en casa de Bustamante, dos años antes del inicio de la acción de la novela, propiamente.
Sin ocultar la admiración que le profesa,  Borja, mientras visitan el palacio-castillo, va explicando a la dama la historia de los papas de Avignon, que un pizpireto guía les va mostrando. Borja también le cuenta la historia del puente, construido por San Benezet de Petrarca…y de su amada Laura, que le provoca un gran interés. Más personajes pueblan la narración: Rienzo, la reina Juana de Nápoles, Juana de Arco, y muchos otros. Visitan posteriormente Vaucluse, los bucólicos lugares en los que el poeta transitó, pensando en su amada, junto a la fontana famosa. Le habla de las luchas entre güelfos y gibelinos, lo que motiva el desplazamiento de Petrarca a la nueva ciudad de los papas.
Sin embargo, es principalmente la historia de D. Pedro de Luna, el futuro Benedicto XIII, la narración que domina esta novela, puesto que la longeva vida de este aragonés sin igual es de sumo interés y Blasco nos la cuenta de modo excelente. Lo que no resulta tan verosímil es el engarce de la narración histórica con la contemporánea. Siendo ambas interesantes, constituyen dos historias por completo ajenas. Ni es creíble que a la dama Rosaura le interese la narración, salvo en lo que supone de distanciamiento físico y mental  de su joven admirador, ni es creíble que Claudio alargue tanto sus descripciones a una oyente tan poco interesada, cuando lo que ambos están pensando es en otra cosa.
Aun así, la historia del Papa Luna nos da a conocer una fortísima personalidad, que hasta su muerte se mantuvo en sus trece, es decir, en su legitimidad como papa, frente a todos los adversarios, amigos y enemigos, que intentaron hasta el asesinato (frustrado, para su mayor escarnio) y se valieron de  intrigas, batallas, concilios y todo tipo de subterfugios sin conseguir que este hombre cambiara de opinión. Atrincherado en el castillo de Peñíscola, después de múltiples desplazamientos por el Mediterráneo con su flotilla privada,  acaba sus días sin dar su brazo a torcer. Es más, lo explica con todo detalle durante horas, con casi noventa años, ante un público vario. Pero hasta su protegido Vicente Ferrer se le pone en contra. Y solo le cabe enrocarse en Peñíscola y esperar la muerte dando siempre batalla.

Ariodante

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