12/4/12

BYRON, SIEMPRE BYRON



LAS MEMORIAS DE LORD BYRON
ROBERT NYE
Edhasa, 1991

Robert Nye, (Londres, 1939) el autor de este libro, se introduce dentro de la piel de Lord Byron, absorbiendo personalidad y modos lingüísticos del poeta, y reescribe unas memorias que el poeta romántico podría muy bien haber escrito. De hecho, las escribió, pero fueron quemadas por no ser muy adecuadas para el público, a juicio de su albacea, Hobhouse. Al parecer, estaban llenas de obscenidades, detalles morbosos, y descubrían hechos ilícitos y punibles por la justicia del momento. Tampoco quedaba muy bien parado el honor o el prestigio de algunas personas, por lo que su albacea, su hermanastra y su esposa deciden hacerlos desaparecer.   Nye intenta reproducir lo que hiubieran podido ser esas memorias, basándose muy fielmente en lo que queda de los Diarios byronianos, cartas y testimonios de terceros. Alterna, a lo largo de cada capítulo, el relato de lo que le está ocurriendo en Venecia en el momento de escribir (relación con varias amantes, encuentros con Shelley y otros amigos, juegos y correrías de su hija Allegra…) con los recuerdos que va desgranando del pasado.

Desde el veneciano Palazzo Mocenigo, donde reside en 1818 rodeado de pavos reales, monos, gallinas de Guinea, grullas egipcias, un cuervo, y su pequeña hija bastarda Allegra, correteando por las escaleras y parloteando en dialecto veneciano, George Gordon, sexto Lord Byron, rememora a los treinta años infancia y juventud en Inglaterra, viajes posteriores a Oriente, los primeros escritos, las relaciones con las mujeres…todo lo encontramos en los dieciocho amenos capítulos y dos post-scriptum de este texto, muy byroniano ―detalles escatológicos incluidos, para dar más verosimilitud. Un epílogo final narra en breve la muerte del poeta en Grecia, probablemente más debida a un absurdo tratamiento médico de unas fiebres, que a la propia enfermedad.

Así, Byron narra la infancia pasada en Aberdeen, fallecido el padre tras haber derrochado  la fortuna familiar. El mocoso tullido ―tenía el pie derecho deforme, lo que le producía una cojera― como lo llamaba la madre, recibió de su  progenitora tanto besos y  como mamporros. A los nueve años, tuvo una primera iniciación sexual a cargo de una institutriz, May Gray, que también alternaba con él golpes y manoseos, aunque, por otra parte, le implantó un gran amor a los espacios naturales abiertos. Cambiando muy a menudo de colegio y tutores, pasó la adolescencia, hasta dar en el colegio de Harrow a los 13 años. El mejor amigo que recuerda de esos días es el segundo conde de Clare, John Fitzgibbon. Byron recuerda esa amistad como limpia y en nada ligada a contactos físicos, por otra parte tan comunes en los internados británicos. El jovencito y futuro poeta destacaba más en ejercicios de brazos, como natación, remo y boxeo, ya que no podía salir por piernas.

Fallece el tío abuelo William, quinto lord Byron, y por azares del destino resulta ser él, George Gordon, el heredero. Con el título hereda Newstead Abbey, un inmueble absolutamente ruinoso, rodeado de un campo arrasado, puesto que su tío abuelo había ido talando árboles para pagar deudas. Newstead le dio solo quebraderos de cabeza y algo de dinero cuando consiguió venderla, desde el exilio.
Posteriormente sabemos de los primeros amores: con una primita, Mary Duff, cuando tenía ocho años; con otra prima, Margaret Parker, a los once, que le motivó unas primeras incursiones en la poesía. Mary Chaworth, dos años mayor que él fue el tercer amor, pero no correspondido: la tal Mary se burlaba de él y lo trataba como a un niño…a los quince años.

El paso del joven Gordon por Cambridge, de 1805 a 1808, le provee de fuertes amistades, que mantendrá a lo largo de su vida, como Elderstone, Hobhouse, Tom Moore, así como de lecturas magníficas: Pope, Scott, Coleridge y Shelley. En 1809 ingresa en la Cámara de los Lores y publica Bardos ingleses, críticos escoceses, que le trae una cierta fama. Según él, no hay nada mejor que citar muchos nombres famosos para conseguir la atención del público.
Tras los años universitarios hace el primer viaje a Oriente, donde realiza la proeza de cruzar a nado el Helesponto, y observa las curiosas costumbres otomanas. Con las experiencias del viaje oriental, escribe y publica en 1812 Las peregrinaciones de Childe Harold, poema autobiográfico en cuatro cantos que le convierte en un autor famoso con 24 años.

Augusta
En Londres, de nuevo, asiste a fiestas aristocráticas, alterna con muchas mujeres, salta de una amante a otra e inicia una tormentosa relación con Lady Caroline Lamb, a la que presenta como una desequilibrada. Pero el amor de su vida no es ninguna de ellas. Es, curiosamente, su hermanastra Augusta Leigh, casada con un personaje anodino.  Augusta, a la que apenas ha visto en su niñez, comienza a relacionarse con él en 1813, generándose una profunda pasión entrambos, con el resultado del nacimiento de una niña, Medora. Esta pasión la transporta a su poema La novia de Abydos.
Para acallar rumores y frenar un poco esa pasión incestuosa, se casa en 1815 con Annabelle Milbanke, a la que sólo soporta durante un año, pero con la que tiene una hija: Ada. Parece ser su destino tener sólo hijas: las mujeres, con las que mantiene relaciones de amor-odio, parecen condenarle a un mundo femenino. Más adelante, tendrá otra hija, Allegra, resultado de breves momentos de sexo ―en los días de la separación matrimonial― con Claire Clairmont, cuñada de Shelley, que le perseguirá hasta Italia y le causará incontables complicaciones, aunque con esa hija convive en Venecia y Rávena, y llega a quererla, lamentando profundamente su muerte a los cinco años.
Byron afirma no soportar a las mujeres comiendo (él solía comer en solitario). Insiste en que los hombres, al contrario que las mujeres, buscan la perfección. Quizá por eso la visión de una dama con la boca llena o los dedos manchados de dulces le resultaba catastrófica.  Su esposa recibe de él el calificativo de «ecuación matemática con pechos», admitiendo que el dinero de la dote era parte importante de su decisión de casarse con ella. Sin embargo, esta mujer aparentemente fría pareció acoger con gusto las demandas sexuales de su esposo, que eran de muy diversa índole.
Annabelle
Tras la separación, y ante la amenaza de Annabelle de acusarle de incesto y sodomía (práctica que aceptó placenteramente mientras estuvo casada) Byron parte de Inglaterra con idea de no volver, como efectivamente así fue. Tras visitar Waterloo, deplorando la derrota de Napoleón ―Byron era ardiente bonapartista―, pasa una temporada en Suiza, en la Villa Diodati con el poeta Shelley, con quien le une gran amistad. Allí también están Mary Shelley y su hermana Claire Clairmont, ya embarazada de Allegra. Después viajará por Italia, instalando su cuartel general en el Palazzo Mocenigo de Venecia. Desde allí visita Roma, que no le impacta como a Stendhal. Prefiere las oscuras y pútridas aguas de la laguna veneciana. Convive con su amante Teresa Guiccioli y se siente fuertemente impactado por la muerte, primero de su hijita Allegra, y luego, en condiciones dramáticas, Shelley: los detalles de la exhumación de los restos del poeta es un pasaje francamente escatológico y morboso, como el de la asistencia a una ejecución pública en Roma.
Publica los primeros cantos de Don Juan, en 1822. Byron siempre se ha sentido atraído por ese personaje, con quien de algún modo se identifica, asistiendo a las representaciones del Don Giovanni de Mozart con verdadero placer. Pero la obra no goza de buenas críticas y es rechazada por el público. A Byron cada vez se le considera más como obsceno y poco recomendable, políticamente incorrecto, diríamos hoy. Reside temporalmente en Pisa, en Rávena, Bolonia, se implica en la sociedad secreta de los Carbonarios y finalmente parte para Grecia, que será su final, ya que morirá allí. El libro dedica un epílogo a narrar brevemente esa muerte.
En suma, la novela cumple muy bien su papel de memorias imaginarias, ateniéndose a la vida y al lenguaje que el propio Byron usa en los textos que de él pueden cotejarse, así como las ideas y comentarios del poeta. Es atractiva y entretenida, ya que en la vida de Byron no  hay un momento de sosiego, podríamos decir. Cargada de humor y  detalles con morbo. Sin desperdicio, podríamos decir.




Publicada en:
http://www.la2revelacion.com/?p=3163

8/4/12

¿QUÉ HACEMOS CON LOS LIBROS?

EL FIN DE LOS LIBROS
OCTAVE UZANNE
Trad.: Elisabeth Falomir Archambault
Ed. Gadir, 2010

En 1894 tienen lugar muchos acontecimientos; en el sur de Francia se puede observar una lluvia de meteoritos, evento que muchos ligan a símbolo de sucesos importantes. Uno de ellos tuvo mucha resonancia internacional: Dreyfuss es arrestado, y a partir de ahí tiene su desarrollo uno de los procesos políticos que más tinta han vertido en el papel. Incluida la tinta literaria (el famoso artículo de Zola, Yo Acuso). Cruzando el Canal, un anarquista francés, Martial Boudin, coloca una bomba en el Observatorio de Greenwich, en un intento simbólico de acabar con la ciencia. Pero la ciencia está en uno de los momentos más álgidos y vertiginosos.
Precisamente ese año, William K. Dickson, colaborador de Edison, patenta la primera cámara de cine: el kinetoscopio. John Le Roy proyecta en ese año la primera película en Nueva York, para publicitar el descubrimiento de Edison, que en 1877 había inventado el fonógrafo y diez años más tarde intentó aplicarlo a la imagen, usando un cilindro en el que inscribía pequeñas fotografías, que eran inmovilizadas momentáneamente por breves rayos luminosos, dando lugar al embrión de la película cinematográfica.  Finalmente, Louis y Auguste Lumière, basándose en los hallazgos de Edison, pero perfeccionándolos, desarrollan el cinematógrafo, que presentan en diversas presentaciones científicas. En diciembre de 1895 se proyectaría en París la primera sesión comercial de cine; entre otros cortos, la famosa Llegada del tren que haría saltar de sus asientos al público. Comenzaba así una nueva era, la de la imagen en movimiento.
Curiosamente se produce en esos años otro hecho de importancia enorme: las investigaciones de Marconi dan un gran impulso  al desarrollo de la telegrafía sin hilos y la radio; probó por primera vez los experimentos con ondas electromagnéticas para el envío de mensajes sin cables en 1896, en Gran Bretaña. Estos y otros muchos descubrimientos y avances científicos crean un clima especial, en el que el mudo parece precipitarse a unos cambios repentinos, que tambalean los cimientos de la concepción del mundo decimonónica. Muchos escritores se lanzan a imaginar qué puede depararnos el futuro. Wells, Orwell, Conan Doyle, Verne, Stevenson… describen guerras de mundos, conflictos en granjas, misterios irresolutos, viajes a la luna, dobles identidades, etc.
Pues bien, ese año se publica por primera vez este texto, formando parte de un conjunto, Cuentos para bibliófilos, en colaboración con Albert Robida. El autor, Octave Uzanne (Auxerre, 1851-Saint Cloud, 1931) fue un escritor, periodista y editor francés, fundador de varias revistas  sobre arte y pensamiento y creador de la Sociedad de bibliófilos contemporáneos. Estuvo vinculado al Simbolismo y al Art Nouveau.
El texto imagina a un grupo de amigos que tras asistir a una conferencia de la Royal Society, sobre temas científicos, debaten, entre vapores etílicos, sobre el futuro de las ciencias, del arte y las letras. Cada uno va exponiendo ideas al respecto, a cuál más utópica y extravagante. Cuando le llega el turno al autor, expone claramente su radical negativa al futuro del libro impreso. Según Uzanne, la tradicional pereza y comodidad humanas serían los causantes de tal desaguisado: resulta más cómodo escuchar un relato que tomarse el esfuerzo de leerlo. Nuestros ojos deben tomarse un merecido descanso, y el oído recuperar aquellos hábitos del pasado de las narraciones orales, sólo que en vez de viva voz, lo cual sería también muy trabajoso, usarán grabaciones: el equivalente a los futuros discos compactos, que era en ese momento el fonógrafo, de reciente creación y en fase de  conversión en gramófono. Y Uzanne se explaya imaginando series de dispositivos que permitirán a los antiguos lectores convertirse en amables y descansados oyentes. Ante la objeción de qué pasaría con el libro ilustrado (que había sido y era aún muy común), Uzanne saca a colación el kinetógrafo (el futuro cine) inventado por Edison. Una combinación de fonógrafo y kinetógrafo, anticipando el futuro cine sonoro, serían, según el autor, los sustitutos ideales de la narración impresa: contarían una historia que incluso el oyente podría ver ilustrada, ¡y en movimiento! ¡El no va más!
El caso es que los tiempos de la letra impresa parecen haber perdido terreno, pero no en el sentido que el autor sugiere, sino desde la aparición de los ordenadores y últimamente, del libro digital. Vivimos inmersos en una continua discusión sobre el tema, como probablemente debatirían en los círculos monacales la importancia de la imprenta frente a los manuscritos iluminados medievales. Probablemente el libro en papel no muera nunca, pero ciertamente su función cambiará. Recordemos que no siempre la literatura y los textos escritos, en general han estado ligados al papel.  En la Antigüedad se escribía –y se leía― en tablillas (¿suena a tablet?) de arcilla o de cera, antes de pasar al papiro y luego al papel.  Pero esa es otra historia…
La editorial Gadir  abre, con este breve opúsculo, una puerta a la imaginación ya la reflexión, además de una amable lectura.



Reseña publicada en: http://www.la2revelacion.com/?p=3155

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