16/7/10

VIDA DE STEFAN ZWEIG

Reseña publicada en: http://www.la2revelacion.com/?p=1663


"La vida depende de la voluntad de otros;la muerte, de nuestra propia voluntad" (Montaigne, Ensayos).

 


El 22 de febrero de 1942, en Petrópolis (Brasil), el escritor austríaco Stefan Zweig fue encontrado sin vida, pulcramente vestido, con su casa en orden. A su lado y también sin vida, su segunda esposa, Lotte. La declaración que dejó escrita como epitafio a su vida se puede leer aquí.
Jean-Jacques Lafaye (Saint-Germain en Laye, 1958) es escritor y ensayista francés. Ha dedicado varios artículos, conferencias y homenajes a la figura literaria y moral de Stefan Zweig, y contribuido a la edición francesa de su biografía sobre Montaigne. En 1999 publicó 12 vidas para la música, de Bach a Rachmaninov. Como bien dice en su prólogo nuestro desaparecido filósofo Aranguren, esta biografía  es más bien un ensayo con el que logra plenamente su propósito de adentrarse en el personaje, hasta la plena identificación con él.
Efectivamente, Lafaye ha conseguido captar hasta tal punto el tono y el estilo de la obra de Zweig, que casi podría pasar por un ensayo supervisado por el gran autor vienés. En menos de doscientas páginas nos hace una biografía impresionista, como cita Roland Jaccard, en Le Monde. Es decir, leemos la biografía como si de una novela se tratara, aunque no  está novelada. Pero entramos perfectamente en la mente y en el corazón de este autor, tan contradictorio; profundo conocedor del alma femenina y sin embargo en su vida personal conflictivo con las mujeres; tan decidido transmisor de ideas democráticas y a la vez tan aristocrático en su vida; tan internacionalista y tan vienés; tan decidido con su trabajo y a la vez tan indeciso con su vida.

Publicada esta obra en 1989, ha habido otras biografías posteriores, entre ellas, las memorias de Fridericke, su primera -y en su corazón, la única- esposa, la mujer en la que se apoyó sin grandes miramientos, pero que le fue absolutamente fiel, cosa que no se puede decir de él, por su carácter débil y su obsesiva necesidad de independencia. Pero al margen de lo que se haya podido decir en ellas, que en este momento desconozco, creo que la biografía de Lafaye es bastante objetiva, casi diría que se inmiscuye hasta lo más hondo en la intimidad del autor vienés, que le radiografía completamente, llega hasta la médula en su intento de mostrarnos una vida interior altamente desgarrada tras la apariencia de tranquilidad y poderío.
La vida de Zweig está cortada en dos mitades: antes y después de la Gran Guerra. Antes de la guerra, el escritor, nacido en una acomodada familia judía vienesa, destacando desde muy joven por su enorme capacidad intelectual, vive en un mundo feliz, en una burbuja estética donde se puede dedicar a la literatura, al arte, la música, educado en los buenos modales, la elegancia, en fin, el  bon vivant de la alta burguesía de fin de siglo del Imperio Austrohúngaro. En esos años de infancia y primera juventud, donde se consideraba a sí mismo, como buen miembro de la sociedad que le arropaba, poderoso y magnífico, creció en la idea de un paneuropeísmo flotando en la pax imperial, un ideal de unión de los grandes mitos culturales, las testas más laureadas poniéndose en comunicación para desarrollar una cultura universal. “La unidad europea del espíritu, más allá de los estrechos nacionalismos, constituye un buen ideal para Zweig, el hombre de las contradicciones. Por un lado sigue siendo un vienés narcisista, el esteta del pesimismo, egoístamente preocupado por su arte, mientras que, por otro, quiere adherirse a los grandes problemas de su tiempo. Piensa en la humanidad como un precioso todo.”(p. 49)  
Además, el éxito le viene muy pronto; desde sus primeras publicaciones es reconocido como un gran escritor, lo que le catapultó, seguro de sí mismo, a viajar por una Europa aún gozosa y viviendo de las rentas del victorianismo y los últimos coletazos  imperiales. Creando fuertes lazos con muchos escritores, se codea con lo más florido de la intelectualidad; se deja admirar por las mujeres, con las que mantenía una cierta distancia, no quería compromisos que le ataran. Es hacia los treinta años cuando conoce a Fridericke, con la que mantendrá una relación que pasará por distintos niveles pero que perdurará hasta casi el último momento de su vida. Primero bastantes años de relación en la que ella, que estaba casada y con dos hijas pequeñas, oscila entre su marido y él. Una vez abandonado el marido, aún no se deciden a vivir completamente juntos, sino que lo hacen en mansiones independientes y no se casan hasta obtenido el divorcio, ya tras la guerra, cuando el ánimo de él empieza a doblegarse y su necesidad de apoyo moral empieza a ser enorme. Pero nunca fue una relación normal, dado el carácter obsesivamente independiente y a la vez inseguro de Zweig, que no soportaba la más mínima atadura, que viajaba constantemente y a cuyo ritmo no podía Fridericke, muy ligada a sus hijas, ajustarse.
El conflicto bélico que destrozó económica y políticamente Europa a la vez que desmanteló ideas, mentalidades, y concepciones sobre la vida, desmanteló la magnificencia de Zweig. El hombre que se comía el mundo antes de la guerra,  el aristócrata, el hipersensible, dejó que el mundo le devorase a él después, convirtiéndole en un ser depresivo, inseguro, desnortado, incluso renegando de su propio pasado y de su historia, buscando cada vez con más ahínco, el dulce abrazo del ángel de la muerte. No fue un cambio radical,  de un día para otro, sino progresivo. Sin embargo, la segunda parte del decenio posterior a la guerra, y sobre todo, los años 26 y 27 destacan como los más fecundos de su vida literaria. Es en su trabajo en donde encuentra el verdadero refugio, y a partir de sus series biográficas desarrolla su verdadero estilo.
Aunque algo se rompe en el interior del autor vienés cuando realmente asume el significado de aquella guerra, que, incluso en un primer momento, dejándose llevar por la marea belicista imperante, aceptó incluso celebrar y publicitar. Mucho se lamentó de haberlo hecho, y a partir del instante en que lo advierte, recrudece su militancia pacifista y sobre todo, su neutralismo, hasta situaciones incomprensibles. La ascensión de Hitler y del nazismo en Alemania le dan la puntilla. Primero incrédulo y luego ofendido, humillado, abandona su casa, su país y su familia, renunciando a todo su entorno, enviándolo al pasado, al ayer, no queriendo tener nada que ver con esa sociedad que estaba generando y preparando el genocidio y el holocausto.
Desde que se entera de las quemas de libros, incluidos sus libros, el terror ante lo que la humanidad había engendrado, la humillación de pertenecer a una humanidad capaz de herir tan profundamente su propio cuerpo social, le lleva a desear desligarse de todo, incluso de la propia vida. Y el hombre que amó y luchó por la interrelación de los distintos países, de la eliminación de fronteras y trabas, de la propagación de la cultura y la democratización de costumbres y anhelos, ve venirse abajo todo el edificio mental con la primera hoguera y el olor a papel quemado.

Autoexiliado en Inglaterra, donde se atrinchera, rodeado de algunos cientos de libros, lo poco que pudo rescatar de su inmensa biblioteca de Salzburgo,  se refugia en el trabajo, ayudado por su secretaria Lotte, y en esos terribles años produce unas de las mejores obras salidas de su pluma. La magnífica biografía de Balzac, la de Erasmo, la de María Estuardo, la lucha de Castellio contra Calvino, en ellas vuelca las opiniones que no quiere expresar de otro modo, desarrolla un mutismo ante lo que está sucediendo, que es criticado por muchos, y que responde a un feroz enrocamiento en su torre; en Londres, sólo se relaciona un poco con Freud, que está a punto de morir, pero apenas mantiene otras relaciones, allí no es conocido, ha de sufrir la humillación de ser austríaco, de hablar alemán, en una Inglaterra donde el alemán representa al enemigo.
Su divorcio de Fridericke, que se queda en Austria por voluntad propia, atrapada entre su marido y sus hijas, que ya son mayores; su matrimonio con Lotte, la joven y devota secretaria que su propia esposa le coloca como sustituta de sí misma; su periplo americano, Nueva York, Buenos Aires, Brasil...esos últimos años de su vida, en la cincuentena, recayendo cada vez  más a menudo en sus delirios suicidas, exprime su obra hasta el máximo, pero al mismo tiempo se agota, ya no puede más. En Nueva York se reencuentra con Fridericke, modelo de fortaleza, que ha conseguido salir de Europa con sus hijas, y hay un impasse donde los tres -ambas mujeres y él- se relacionan y trabajan en relativa paz. Pero su espíritu está enfermo y finalmente parte para el Sur, a Brasil, donde pone punto final a su vida, aunque Lotte, como una Julieta desesperada, le siga inmediatamente a la muerte. Con ese solo acto, Zweig justifica su vida entera. (...)Cuando la vida ha perdido su sentido, la muerte le ofrece otro. Con ese gesto de soberana independencia, alcanza la eternidad de las sublimes figuras trágicas.



11/7/10

VERANEANDO


VERANO EN EL LAGO

Alberto Vigevani (Milán, 1918-1999), autor italiano no demasiado conocido en España aunque de la generación de Italo Calvino, Dino Buzzati, Cesare Pavese o Leonardo Sciascia, estudió Literatura Francesa y se dedicó al teatro y a la crítica. Más tarde, estudió en la Universidad de Grenoble, en Suiza, formando parte de la revista Corrente. Abrió una librería, La Lampada. Exiliado a Lugano en los cuarenta, dirigió el periódico Libera Stampa y posteriormente la editorial Il Polifilo. A lo largo de su vida, trabajó en diversos periódicos, como La Stampa, Il Corriere della Sera, Il Giornale o La Reppublica.
En este relato, Vigevani nos hace un dibujo desde un ángulo intimista, de un momento absolutamente universal: el difícil paso de la niñez a la adolescencia, esa etapa que todos hemos vivido pero que cada uno la vive de un modo particularmente especial, dependiendo del ambiente familiar y las relaciones tejidas a su alrededor. Verano en el lago describe de modo magistral el ambiente, la vida de los hermanos mayores, ya en el mundo de los adultos; la madre distante y el padre ausente.
Y Giacomo, un niño en sus apenas catorce años, cuyo cuerpo ya empieza a denotar tensiones y urgencias, pero que aún viste pantalón corto y juega a los barcos, oscila entre el deseo y la admiración, la necesidad del padre y de la madre, que le ignoran, sumidos en sus preocupaciones; la necesidad de los amigos, fundamental en un adolescente, y la pulsión hacia las mujeres, hacia lo femenino, en una mezcla de deseo sexual y atracción de lo desconocido, de
lo otro.
Ambientada en una época indefinida, una época en la que aún los chicos de catorce años en las familias acomodadas se mantenían en una absoluta ignorancia acerca del sexo y otros detalles del mundo de los adultos, algo que hoy en día puede ser chocante, pero que realmente era así en tiempos pasados. Actualmente se siguen viviendo los problemas del paso de la infancia a la adolescencia, incluso se alarga ésta con el síndrome Peter Pan en cuanto a la toma de responsabilidades, mientras que se está informadísimo en cuanto a los detalles de la anatomía y las relaciones sexuales.
Giacomo está en ese punto vulnerable en el que se siente único, marginado, incomprendido, humillado por vestir como un niño cuando lo que quiere es ser como los mayores, y vaga con su bicicleta arriba y abajo sin encontrar su lugar, sintiéndose libre en su soledad mientras corre con el viento en la cara. “Cuando entraba en las sombras del jardín, se sentía presa con más fuerza de la melancolía que lo había invadido en la playa al oír los gritos alegres de los mayores en el agua. Era un verano distinto al que había imaginado, carente de alegría salvo en la serenidad de las horas en que trabajaba en la barca”.
Por otra parte, el padre, en sus breves apariciones lamenta esa lasitud aún infantil de Giacomo, aunque se siente incapaz de comunicarse con ese hijo que se pasa el día entre lecturas y juegos infantiles y deseos y sueños que anuncian el mundo adulto: por una parte, el deseo físico. Por otra, el amor. Su atracción por el olor del pelo de la joven criada, el misterio de su cuerpo, le perturba enormemente sin saber exactamente por qué. Y su atracción por la figura de la madre de Andrew, por su belleza, por la imagen materna anhelada, que le provoca unas sensaciones absolutamente nuevas y asimismo turbadoras.
Su relación con el pequeño Andrew, su secreto, le mantiene atrapado: por un lado se siente importante, deseado, amado, necesitada su presencia. Ya no es el último de la casa, el pequeño, sino que juega el papel de mayor, de mentor de Andrew. Por otra, está perdidamente enamorado de la madre de Andrew, donde adivinamos la sustitución de su propia madre, más pendiente de las ausencias de su esposo que de su hijo menor. Y ese amor por la idealización de la Mujer le impregna totalmente, hasta el punto de enmascarar la relación con Andrew.
Finalmente el otoño se acerca y las circunstancias se precipitan: de repente es consciente de su responsabilidad con respecto a su amigo infantil y de su amor por la madre. Todo vuelve a su cauce, con las primeras lluvias: retorna el padre. Los amigos se van y la vida continúa.

Se le ha llamado neorrealista, pero en este relato yo lo calificaría de impresionista, al modo de un Keyserling, aunque hay ecos también de un Pavese, o de un Sciascia, en sus descripciones del verano, la indolencia juvenil y la relajación de actividades y costumbres. Las delicadas descripciones del paisaje y de los estados de ensoñación del protagonista, su percepción de las cosas y su confusión entre sueño y realidad, tienen un marcado toque casi pictórico, uno puede imaginar una pintura de Monet en sus vistas del lago.

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