12/5/10

BLASCO IBÁÑEZ /COLÓN

Reseña publicada en http://www.la2revelacion.com/?p=1438

Vicente Blasco Ibáñez (Valencia, 1867, Menton, Francia, 1928), escritor, ensayista, periodista, viajero, político, hombre de acción, como solía definirse. Realizó estudios de Derecho que no ejerció nunca, en la Universidad de Valencia, entre 1898 y 1907 participó en política como diputado republicano; más tarde marchó a París coincidiendo con la primera Gran Guerra, sobre la cual escribió Los cuatro jinetes del Apocalipsis. De una grande y variada producción literaria, autor controvertido y versátil, consiguió en vida bastante éxito con la literatura, siendo incluso algunas obras suyas llevadas al cine en época temprana. Escribió su obra en castellano en su totalidad.

En busca del Gran Kan, es la primera pieza de un proyecto literario alimentado por el autor que no llegó a realizarse más que en sus dos primeras partes, dada su muerte relativamente prematura (a los 61 años). El proyecto era una tetralogía sobre el descubrimiento de América: a esta obra sigue otra que trata sobre Alonso de Ojeda y el segundo viaje de Colón; la tercera trataría de Hernán Cortés y México, y la última se dedicaría a Pizarro y Núñez de Balboa. Las dos obras que consiguió escribir, se publicaron póstumamente, en 1929.

Tanto los orígenes de Colón como sus restos son inciertos. Las pruebas documentales parecen indicar su nacimiento en Génova, en una familia de tejedores. Blasco, en un epílogo final, opina que el Almirante, con sus ansias de grandeza, probablemente le interesase cubrir con un discreto velo a sus ancestros, y aunque cercano a la muerte afirmó ser genovés, en realidad él se consideraba ciudadano del mundo. Por otra parte, según Blasco, que dedicó ¡dieciocho años! a investigar sobre el tema, Colón era un embustero compulsivo, falseaba incluso sus diarios, por temor a que otros los leyeran, y por intenciones ocultas que siempre barajó. Se imaginaba constantemente perseguido, sojuzgado, y siempre estaba a la defensiva y en guardia. Ni su hijo ilegítimo Fernando, ni Bartolomé de las Casas, que manejaron la documentación familiar y sus diarios de navegación, pudieron arrojar luz sobre aquello que el Almirante se empeñó en ocultar. Hablaba, como suelen los navegantes, varias lenguas y casi todas, mal. La española es la que mejor dominaba y escribía. No se le conocen escritos en italiano, curiosamente.

Además de la oscuridad de la primera parte de su vida, Colón fue un personaje muy controvertido, y, como dice Blasco, “vivió y murió ignorando la existencia de América, convencido de que había llegado muy cerca del Asia Oriental. Tampoco como hombre de ciencia es que fuera especialmente destacado: “no fue un Copérnico ni un Galileo”, nos dice Blasco. Era un autodidacta, carecía de formación académica y sus intensas lecturas las hizo sin orden ni concierto. Su doctrina científica, basada en la ya admitida redondez de la Tierra, era simple: llegar a Asia navegando al Oeste. Su mayor cualidad fue esa testarudez que le hizo insistir e insistir hasta conseguir que se cumpliera su proyectado viaje.

La novela desarrolla esencialmente la gestación de la idea, la preparación del viaje, y el viaje en sí: lo que se encontraron y lo que contaron y mostraron al volver. Escrita con prosa ágil, desde el punto de vista impersonal, a veces nos recuerda que nos habla desde su época, con reflexiones y análisis sociales, y a veces adopta el lenguaje deliciosamente arcaico del propio Almirante, usando términos, vocablos y hasta expresiones completas a la manera de la época que se relata. Blasco, en su narración se ciñe mucho a lo relatado en El primer viaje, de fray Bartolomé de las Casas, que a su vez resumió los Diarios de Colón. En algunos tramos parecemos estar leyendo un ensayo histórico más que una novela, pero Blasco alterna también partes de análisis sociológico con partes noveladas claramente.

La obra se divide entres secciones: El hombre de la capa raída; El señor Martín Alonso; y finalmente, El paraíso pobre. Introduce el autor una ficticia pareja de jovencísimos amantes, el cristiano Fernando y la judía Lucero, huidos de Andújar, que al entrar por causalidad al servicio del Almirante como criados nos sirven para seguirle en sus andanzas, hacen de contrapeso de la historia principal, y dan pie a que Blasco se expansione sobre el problema ocasionado por la legislación de los Católicos Reyes sobre los judíos, consistente en: conversión o exilio, perdiéndolo todo. Este tema está latente en toda la novela, como un nubarrón tormentoso en el horizonte. Toda la larga introducción del principio sobre la situación del los judíos en España en el momento de su expulsión, así como el hecho de hacer coincidir en su salida a las tres naves colombinas con los convoyes que transportaban el éxodo judío a Marruecos, indican la importancia que Blasco concede al esto.
En esta primera parte, el futuro Almirante es un hombre pobre, desgastado, malhumorado, errante por cortes y castillos tratando de convencer a algún patrocinador de su proyectado viaje, que si bien transmite su entusiasmo, no convence con datos fiables a los expertos. Ni su experiencia como navegante ni como geógrafo e incluso cartógrafo atrae atención sobre sus propuestas, más bien lo contrario. Tampoco el momento es oportuno: en Portugal le niegan apoyo, a pesar de haber realizado varios servicios comerciales para ellos y estar casado con Felipa Muniz, perteneciente a una noble familia portuguesa; y en España, país más prometedor para él, todo estaba supeditado a la conquista de Granada. Así que vemos al pobre Colón con sus raídas vestimentas, llamando a todas las puertas, sin obtener más que años de aplazamientos, vagas promesas, discusiones. Se instala en Córdoba, y comienza desde allí a lanzar sus redes para ir atrayendo apoyos importantes; muerta su esposa, y acogido en La Rábida su hijo Diego, vive unos años en feliz amancebamiento con Beatriz Enríquez, de baja extracción social. Blasco, gran mujeriego, describe con comprensión esos años y las íntimas emociones que pudo sentir Colón, ya maduro, con esta mujer mucho más joven que él, y que le trae al mundo otro hijo: Fernando.

Finalmente, Granada cae. Colón vuelve a la carga, ahora bien pertrechado de personalidades en su favor. De esto nos habla Blasco en la segunda parte de la novela.
El primer problema con que se enfrenta Colón es él mismo: su insoportable y altivo temperamento, su arrolladora seguridad en sí mismo. Cuando el Católico rey Fernando escucha las pretensiones del navegante, al momento su reacción es la de mandarlo a tomar viento. Sin embargo, la Reina, como mujer, se admira de este empecinado varón, insolente y empeñado en utópicas expediciones. Siente curiosidad, se asesora. El consorcio financiero de su banquero valenciano, Luis Santángel, y su confesor, Fray Hernando de Talavera, así como otros nobles y eclesiásticos, hablan en favor de los inmensos beneficios que podría proporcionar a España este viaje: las riquezas que se puedan conseguir y la evangelización de los pueblos orientales, y el banquero está dispuesto a colaborar económicamente. Y por otra parte, los consejeros sugieren que las desproporcionadas pretensiones de cargos y títulos, honores y prebendas que exige Colón, que molestan tanto a los monarcas, serán papel mojado si no hay tales beneficios. Así, se le permite que busque “islas y tierra firme en la Mar Océana”.

Sin embargo, el verdadero empuje que hizo realidad el viaje colombino provino de Martín Alonso Pinzón, jefe del clan familiar, de Palos (Huelva). Este gran piloto, armador y experto marino fue el eje sobre el que se organizó la expedición. Conseguido el placet real, el dinero de Santángel y la bendición de la Iglesia, Colón no pudo reclutar ni un solo marinero en Palos hasta que los Pinzones se pusieron de su parte. Martín Alonso movilizó a medio pueblo para cubrir las tripulaciones de las naves, que también corrieron de su cuenta.

El 2 de agosto parten, finalmente, dos carabelas (Pinta y Niña) y una nao, la Marigalante, rebautizada como Santa María porque el otro nombre sonaba frívolo. El viaje, vía Canarias, donde permanecen hasta el 6 de septiembre, se desarrolla sin complicaciones, mar y brisas favorables, aunque alargándose demasiado para las expectativas de la marinería, que en los últimos días anda revuelta. Acaba esta segunda parte con el grito de ¡Tierra! Por parte de Rodrigo de Triana, al divisar la primera isla del grupo Lucayas, Guanahani, en la madrugada del 12 de octubre.
La tercera parte del libro narra el desconcierto y la decepción de Colón, a la vez que su sorprendida mirada ante el paradisíaco espectáculo que ofrecían las distintas islas, llenas de frutos y aves exóticas, indígenas desnudos y emplumados,...pero nada de palacios, oro ni especias, que era la mayor obsesión del Almirante y de toda la marinería. Aquellos ingenuos isleños, que fumaban hierbas desconocidas, les regalaban cocos y algodón, papagayos y tabaco. Erraban de una isla a otra, hasta que en La Española (Haití) encuentran más piezas de oro y consiguen reunir un pequeño botín. Pero encallada la nao capitana, perdido Alonso con la Pinta por un cambio de rumbo espontáneo, Colón decide volver, dejando unos cuarenta hombres acuartelados en un pequeño fuerte, a la espera de un próximo viaje. Comienzan sus controversias con Alonso cuando finalmente aparece, y se inicia el retorno, por una ruta distinta, más al norte, para aprovechar vientos favorables. Este viaje es más accidentado, con grandes tormentas, arribando a puertos portugueses antes que a españoles, originándose conflictos diplomáticos. Los Pinzones, verdaderos artífices materiales de la expedición, quedan en Palos, y muere Martín Alonso, molido y quebrantado tras infortunado viaje de regreso. Un entusiasta Colón con su séquito de indios emplumados, piezas de oro, frutos exóticos, aves y animalillos, y la propuesta de armar una mejor escuadra para volver pertrechados a un segundo intento, se presentan en Barcelona a rendir pleitesía a sus católicas altezas, que celebraron amablemente su retorno. La población en general, no prestó atención ni fue consciente de la importancia del evento.

El libro, difícilmente localizable por descatalogado, es de factura penosa: a la cantidad de erratas se suma una página entera repetida. Letra minimalista y la eterna ausencia total de mapas. Una nueva edición, por parte de alguna editorial competente sería bienvenida.

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