2/8/09

PASEOS MARINEROS



El camino más bonito para pasear junto al mar es lo que aquí llaman el Montañar: por una parte que es pedregosa y rocosa, rompiendo las olas allí con fuerza, si hace viento, o mansamente, si la brisa es suave. Se domina toda la bahía y se puede avistar el faro, en lo alto del farallón del cabo San Antonio, así como el pequeño faro del puerto deportivo, al fondo. Caminando durante media hora, a lo largo de mar y rocas, por un lado, y de chalets, restaurantes, chiringuitos, por otro, se llega al puerto.
El puerto es como un pequeño pueblo, de hecho, ha crecido tanto su población en los últimos años, que ya se une con el pueblo antiguo, situado en lo alto de una colina, a la sombra del Montgó, un gran monte solitario y altivo, que suele cubrirse cada día con una pequeña nube a modo de sombrerito. Mayoritariamente poblado por autóctonos, en verano el puerto ve bastante aumentada su población, además de por turistas españoles y extranjeros, con un número permanente de trabajadores magrebíes, que se sientan en grupo en el pequeño paseo marítimo, donde están los restaurantes más antiguos y el viejo hotel Miramar, de dos plantas, las tiendecitas de recuerdos,...y el cine. El cine Jayan, es toda una institución, ya muy en desuso, pero que en verano cobra mucha animación, porque tiene una parte de terraza al aire libre. Y las terrazas de los cines son el sitio donde suelen ir los que se llevan los niños y la merienda-cena y pasan como pueden esos momentos previos al sueño nocturno y reparador, entre pipas, cigarrillos, cacahuetes y otras chucherías.
Hay barecitos muy tradicionales, como El Clavo, que huelen permanentemente a pescado frito, a calamares, y que siempre están llenos, aunque son cuchitriles calurosos en los que apenas cabe nadie, pero sacan sus mesitas a la calle y se llenan. Allí van los viejos, los pescadores, la gente del pueblo y algún turista despistado o que busca algo barato. Justo detrás, atravesando un par de callejuelas estrechísimas y oscuras, se llega a la iglesia, absolutamente irreconocible, al adoptar, por el capricho del arquitecto, la forma de un buque varado, con lo nadie imaginaría lo que es hasta que penetra en su interior.
Este año ha sufrido como muchas otras poblaciones, esa pasión por las obras públicas que parece contagiarse de ciudad en ciudad, gracias a las iniciativas de nuestros abnegados gobernantes, deseosos de trastornar, periódicamente y con nuestra contribución económica, nuestros hábitos de paseantes al cortarnos calles y mostrarnos las tripas de las ciudades además de machacarnos los oídos con las taladradoras. También estos últimos años ha sufrido esta pequeña población la invasión de las archiconocidas tiendas de chinos. Primero llegaron los restaurantes, luego los todoacien y ahora son casi supermercados que ocupan enormes extensiones con miles de objetos de baratillo, con lo que las tiendecitas antiguas, las pequeñas librerías y las mercerías han desaparecido casi por completo. Sólo queda una pequeña librería en el puerto, pero es internacional, aunque lleva allí unos veinte o treinta años, lo cual ya es un éxito. La mantiene la población internacional, principalmente británica y germánica, que vive permanentemente en esta población desde hace años.

El paseo típico es por el espigón del puerto, donde se sitúan los pescadores aficionados o habituales, colocan su caña en el rompeolas y esperan. Tienen un cierto público, sobre todo de desocupados y de niños, que también esperan pacientemente a ver qué es lo que sale de allí. Al final del espigón está el pequeño faro, ahora en desuso, porque el faro más importante es el que está en la parte nueva, que introduce su largo brazo de cemento aún más adentro en el mar. Y abajo, en el muelle, los barcos de pescadores, las montañas de redes, a la espera de ser estibadas, enormes anclas y otros objetos marítimos, y al fondo, la lonja del pescado, que a las ocho de la tarde bulle de clientes, de pescado fresquísimo, de pescadores...y de gatos. Toda la población gatuna se concentra allí.

Pasado el puerto pesquero, se sigue caminando y se llega al puerto deportivo, no muy grande, y absolutamente concurrido, con instalaciones para el remoce y arreglo de barcos, además de restaurante, cafetería, piscina, etc. para los socios. Si seguimos andando llegamos al otro gran espolón y rompeolas, que cierra el puerto al norte. A la izquierda está el farallón cortado casi a pico, de la montaña que acaba en el cabo San Antonio, donde está el gran faro. Esta montaña entra en el mar con acantilados muy abruptos, formando algunas calas y cuevas, como la del Tangó, ahora cerrada tras el temporal de lluvias del año pasado, que originó derrumbamientos de rocas que obstruyeron el paso. Es un lugar recoleto y muy íntimo, donde el mar siempre rompe con fuerza y la pequeña caleta es de cantos rodados, y la mar muy profunda. Por un sendero de montaña, muy escarpado, se puede subir hasta el cabo San Antonio, desde donde se tienen unas vistas deliciosas y desde allí se puede bajar hasta unas cuevas donde entra el mar y resuenan las olas creando un clima de tesoro escondido. En el Cabo San Antonio hay un faro, que al atardecer alumbra la bahía con su haz giratorio.
Las gaviotas chillan y revolotean por encima, el viento sopla y las olas rompen en su eterno ir y venir, contra las rocas. Y las podría mirar durante horas.

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