4/6/09

JONATHAN SWIFT: Ideas para sobrevivir a la conjura de los necios


El máximo dominio del arte de la oratoria
consiste en ocultar dicho dominio.

He encontrado por mi biblioteca un pequeño volumen, una recopilación de textos de Jonathan Swift a cargo de Mauricio Bach, llamada Ideas para sobrevivir a la conjura de los necios, y he pasado un buen rato leyéndolo, reflexionando sobre las ideas que nos propone este autor, recordado siempre por Los Viajes de Gulliver y malinterpretado como un autor para niños, cuando es uno de los escritores británicos que manejan el ingenio y la agudeza más importantes que conozco.
Swift fue un gran polemista y crítico de la sociedad que le conoció. Pero la mayoría de sus obras fue publicada en vida de modo anónimo, salvo Los Viajes de Gulliver. Según Taine, Swift fue “ panfletario contra la oposición y contra el gobierno, despedazó o destrozó a sus adversarios haciendo uso de la ironía y de sus comentarios sentenciosos, con su tono de juez, soberano y verdugo, Hombre de mundo y poeta, inventó el sarcasmo impío, la risa fúnebre, la alegría convulsa de contrastes amargos; y arrastrando los arneses mitológicos como si fueran un guiñapo con el que hay que cargar, se construyó una poética personal mediante la plasmación de los detalles más crudos de la vida trivial, del impacto doloroso de lo grotesco, y de la revelación implacable de la inmundicia que ocultamos.”
Es famosa su frase, citada al comienzo de la novela homónima de J. K. Toole: “Cuando en el mundo aparece un verdadero genio, lo reconoceréis por un indicio: que todos los necios se conjuran contra él.”

La infancia de Swift no debió ser muy feliz. Nació en 1667 en Dublín, pero para cuando nació su padre ya llevaba muerto siete meses, cargado de deudas. Su madre y el bebé hubieron de ser mantenidos por dos primos del padre, uno de ellos, el poeta y dramaturgo John Dryden. La nodriza que le cuidaba y con la que se hallaba más unido que con su propia madre, poco menos que lo raptó, llevándolo consigo a Inglaterra sin permiso de la madre.

Tras localizarla, él se hallaba enfermo y pasó mucho tiempo antes de que lo pudieran llevar de vuelta a Irlanda. Para entonces su madre, en situación financiera penosa, se hallaba en Inglaterra trabajando y Jonathan volvió a quedar al cuidado de su tío Godwin, que se ocupó de mandarlo a la escuela y luego al Trinity College de Dublín, donde pasó su etapa universitaria (¡siete años!), más mal que bien, ya que era levantisco y sufría severos castigos. Pero allí descubrió la literatura.
Una vez licenciado en 1686, y tras dos años en Irlanda, decidió irse con su madre a Inglaterra ya que la situación política irlandesa, para variar, dejaba mucho que desear y por esos años había una revuelta popular muy violenta. Como su madre no podía mantenerlo, consiguió que entrase como secretario de Sir William Temple, a cuyo servicio permaneció durante diez años, entre otras actividades, dirigiendo la educación de Esther Johnson, posible hija natural de Sir William. Al crecer la niña, a la que él llamaba Stella, se enamoraron. Y a ella dedicó muchas cartas amorosas incluidas en el Diario de Stella. Hizo sus primeros tanteos poéticos por esa época.
Hizo estudios teológicos en Oxford, donde consiguió el grado de Magister y es ordenado pastor de la iglesia anglicana en Irlanda, donde intentó trabajar en una parroquia pero aquello no era para él y volvió a Inglaterra a continuar trabajando para Sir William hasta la muerte de éste. Empezó a escribir sus primeras sátiras en prosa en estos años.

Fallecido su protector, vuelve a Irlanda como secretario y capellán de Lord Berkeley; hay una serie de maquinaciones y conflictos, y le conceden unas prebendas para acallarle. Aprovecha para obtener el doctorado en Teología y retorna a Inglaterra, donde se involucra en temas políticos y primero toma partido por los whigs y luego por los tories, ocupándose de dirigir su periódico, The Examiner. En Londres alterna con Alexander Pope, John Gay, y Samuel Johnson, que se siente algo receloso de sus diatribas y continuas polémicas. Vuelve a Irlanda otra vez. Durante estos años, Stella y él han mantenido una discreta relación y se sospecha que se casaron en secreto, en 1716. Ella se instaló en Irlanda también. El problema surge con la aparición de otra mujer, Hester Vanhomrigh, alumna suya, y que igualmente se instaló en Dublín al quedar huérfana, manteniendo una relación amorosa con Swift hasta que ella se enteró de la existencia de Stella y rompió dramáticamente los lazos, e incluso se dice que murió por amor.
En 1726 escribió Los Viajes de Gulliver, del que Walter Scott, en sus Memorias del Dr. Jonathan Swift (1814) dice: “el público se abalanzó sobre el libro, que era devorado por la aristocracia y las clases humildes, por los eruditos y los iletrados. La crítica se maravilló. Quizá nunca una obra literaria había ejercido tanta atracción sobre todas las clases sociales”.

En 1726 viaja por última vez a Inglaterra y después fallece Stella, agudizándose su misantropía e incluso comenzando una demencia senil. Continuó escribiendo desaforadamente, hasta que en 1745 muere en Dublín.

Algunos de sus aforismos destacables:

La comida del soltero: pan, queso y besos.

Los mejores médicos del mundo son el Doctor Sosiego y el Doctor Alegría.

La adulación es la peor manera, y la más falsa, de demostrar nuestro aprecio.

No escuchamos a ningún predicador, excepto al Tiempo, que nos proporciona la misma línea de pensamiento que nuestros mayores han tratado en vano de inculcarnos.

En las discusiones, como en las batallas, la parte más débil crea destellos ilusorios y hace mucho ruido, para que el enemigo crea que son más numerosos y mucho más fuertes de lo que realmente son.

Algunas personas tienen más cuidado en ocultar su sabiduría que su necedad.

Una vez que el mundo ha empezado a maltratarnos, continúa aplicándonos ese tratamiento con menos escrúpulos y ceremonia.

Todos los seres humanos desean tener una vida larga, pero nadie quiere ser viejo.

Un partido político es la locura de muchos para el beneficio de unos pocos.

A veces leo un libro con placer y detesto al autor.

Mientras leo un libro, tanto si resulta inteligente como si es una tontería, tengo la sensación de que está vivo y me habla.

¿De qué sirve la libertad de pensamiento si no conduce a la libertad de acción?

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