18/3/09

MEMORIA PARA EL OLVIDO


ROBERT LOUIS STEVENSON

Selecciono aqui algunos textos que he considerado relevantes, entresacados del capítulo dedicado a :

LA CONVERSACIÓN Y LOS CONVERSADORES

La literatura, en sus muchas vertientes, no es sino el reflejo de una buena conversación, pero la imitación se queda corta al lado del original en lo que a vida, libertad y efecto se refiere.

De hecho, existen pocos temas y, en lo que a auténtica capacidad de conversación se refiere, más de la mitad se pueden reducir a tres: que yo soy yo, que tú eres tú, y que hay otras personas de las que se sabe vagamente que no se parecen a ninguno de los dos. Por amplia que sea la conversación, la mitad de las veces, discurre por esas líneas eternas.

La conversación natural, como el arado, debería desenterrar una gran superficie de vida,(...) La masa de la experiencia, las anécdotas, los incidentes, las citas, las luces en la encrucijada, los ejemplos históricos, todas las piezas dispersas de dos mentes concentradas en el asunto en cuestión desde todos los puntos de la brújula y desde todos los niveles de elevación y envilecimiento mental: he ahí el material con el que se fortifica la conversación, el alimento que mejor sienta a los conversadores.

La conducta y el arte son los dos temas que aparecen con mayor frecuencia y que incluyen un abanico de datos más amplio.

El beneficio está en el ejercicio, y, sobre todo, en la experiencia, porque cuando reflexionamos en profundidad sobre cualquier tema, pasamos revista a nuestro estado y trayectoria vital. (...) principalmente cuando hablamos de arte, la conversación se torna efectiva, conquista como la guerra, amplía las fronteras del conocimiento como una exploración.

Si nos gusta hablar, nos gusta tener un adversario feroz, que defienda sus posiciones, centímetro a centímetro, de forme muy similar a la nuestra, que venda cara su atención y que no sea cicatero con el polvo y con el esfuerzo de la batalla.
Pero:
El verdadero conversador no debería tener una ventaja continua sobre aquel con quien habla.

La buena conversación es dramática, como una interpretación improvisada donde cada uno se representa a sí mismo de la forma más lucida; y ésa es la mejor clase de conversación, donde cada orador es él mismo más plena y sinceramente, y donde, si intercambiases los discursos de unos y otros, se produciría gran pérdida de significado y de claridad
.
Aunque hemos de considerar que Stevenson era británico, y probablemente esta opinión o debía de ser muy compartida.

Casi todos nosotros, en virtud de la cualidad proteica del hombre, podemos hablar en cierta medida con todo el mundo; pero la verdadera conversación, que saca lo mejor de nosotros que estaba dormido, sólo surge con los hermanos particulares de nuestro espíritu.
Si tengo a un compañero encendido y bravucón como oponente, empeñado en expresar una idea, estoy seguro que a mi vanidad le tirarán de las orejas, al menos una vez, en el transcurso del debate. No mostrará piedad cuando no estemos de acuerdo; no tendrá miedo de demostrar mi necedad delante de mí.

Otros, en la conversión, buscan antes el contacto con sus congéneres que el aumento de conocimientos o la claridad de ideas. El drama y no la filosofía de la vida es la esfera de su actividad intelectual.(...) Viven en el corazón de la vida, la sangre resuena en sus oídos, su mirada percibe lo que les maravilla co una avidez brutal que les ciega a todo lo demás, su atención queda fascinada por las personas que viven, aman, hablan, tangibles. (...) Este temperamento es quizá más frecuente de lo que los filósofos suponen. Y para que las personas de esas características aprendan algo de la conversación, deben hablar con sus superiores, no intelectualmente, sino en rango.
Recordemos que era en la época en que se consideraba la existencia de rangos entre las personas; hoy, que hasta el fontanero al que vemos por primera vez ya nos llama de tú, los alumnos se creen más capacitados para ocupar el sitio del maestro, los niños llevan la voz cantante en las familias, etc. etc. probablemente nadie le haría caso al pobre Stevenson.

Los mejores maestros son las personas mayores. (...) Con que posean algo de inteligencia, tienen materia que comunicar. Su conversación no es sólo literatura, es gran literatura.
En los puntos en donde la juventud coincide con la vejez, no donde difieren, se encuentra la sabiduría, y cuando el joven discípulo se da cuenta de que su corazón late al mismo ritmo que el de su maestro de barba gris, puede aprender la lección.

Este es un punto interesante; en el s. XIX aun se consideraba a los mayores, a los ancianos, como fuentes de conocimiento, juicio y experiencia, lo cual era valorado muy positivamente y era respetado. Hoy en día esto se ha perdido casi por completo.
Las mujeres escuchan mejor que los hombres;(..) [Pero] oiremos comentarios más mordaces de una mujer que hasta el más anciano de los hombres.

Hay pocas mujeres, pálidas (¿?) y maduras, y quizá endurecidas, que se diferencien así de un hombre y digan la verdad con una suerte de afable crueldad. (...) Las mejores mujeres consiguen combinar todo eso y algo más. Sus propias faltas las asisten, e incluso la falsedad de su posición en la vida les sirve de ayuda. Pueden retirarse al campamento fortificado de de las convenciones. Pueden tocar un tema y suprimirlo. Las más hábiles se valen de una reserva algo elaborada para ser francas, del mismo modo que llevan los guantes puestos cuando estrechan la mano.
Este comentario también es aplicable a la época, aunque yo diría que a pesar de los avances igualitarios, las mujeres siempre tenemos un campo propio en el que atrincherarnos...¿o no?

Pero, si el tema de debate es algo etéreo, algo abstracto, una excusa para la conversación, un blanco natural para las críticas, el oponente masculino puede abandonar toda esperanza al instante; puede emplear la razón, aducir datos, estar ágil, sonreír, enfadarse, que nada le servirá; lo que la mujer ha dicho al principio lo repetirá (a menos que lo haya olvidado) hasta el final.
Curioso, ¿no? Esto es muy cotidiano...
En consecuencia, en la misma coyuntura donde la conversación entre hombre se hace más luminosa y rápida y empieza a dar la promesa de un fruto, la conversación entre los sexos [opuestos] se ve amenazada por la disolución. El punto de la diferencia, el punto de interés, lo esquiva la mujer brillante bajo una lluvia de irrelevantes cohetes de conversación; la mujer discreta lo salva con un frufrú de seda, mientras pasa suavemente al punto seguro más cercano. Y esa especie de prestidigitación, de malabarismos con el tema peligroso, al que se hace desaparecer hasta que puede volver a introducirse con seguridad bajo una forma alterada, es la táctica de las verdaderas reinas del salón.
Estos comentarios son francamente divertidos, ¡pero reales! No es para generalizar, pero hay muchas mujeres así. Aunque yo diría que también hay algún hombre...

El matrimonio es una larga conversación, con los altibajos de las discusiones. (...) Casi inconscientemente y sin deseo de lucirse, le da vueltas a todo el material de la vida, las ideas se discuten y se comparten, las dos personas se adaptan cada vez más sus ideas para que se complemente con el otro y, con el paso del tiempo, (...) se conducen mutuamente a nuevos mundos de pensamiento.

Interesante, ¿no? Yo comparto esa idea.

17/3/09

Reclamaciones

Cuando uno va a reclamar y se encuentra a una máquina al otro lado de la línea
(Reproduzco parte de un escrito de J. Mendiola en El confidencial. Si alguien quiere leerlo al completo y ver los vídeos, divertidos -por no llorar, claro-, puede pinchar en el título.)



JOSÉ MENDIOLA- 14/03/2009
“Quisiera darme de baja…”. “Marque uno si se trata de una avería del teléfono”. “Sí, por favor, quisiera darme de baja del…!”. “Marque dos si tiene problemas con Internet”. “Sí, por favor, ¡oiga! ¡oiga!...” “Marque tres si no es ninguna de las dos opciones anteriores…”. Intentar conversar con una máquina es misión casi imposible, y más aún si es para darse de baja del teléfono. A pesar de que las grandes empresas se esfuerzan por mantener el vínculo directo con el cliente, esta filosofía de negocio basada en un trato más personalizado está en vías de extinción.

Cualquier ciudadano puede verse inmerso en una epopeya al ponerse en contacto con el Centro de Relación con el Cliente (CRC), como eufemísticamente se conocen a los célebres call-centers, primera línea de relación con el cliente de la mayoría de las grandes empresas. La relación personal de otro tiempo es sustituida por fríos 902, muchas veces descentralizados en otros países, lo que provoca que la sensación de distanciamiento sea aún mayor.El consumidor tiene claro que si compra una barra de pan y le devuelven mal el cambio, la reclamación (y reparación de los daños) es inmediata. Sin embargo, uno no sabe a ciencia cierta a qué atenerse cuando descuelga inocentemente el teléfono y se enfrenta a un despersonalizado call center para reclamar que en la última factura se le ha cobrado un importe que no corresponde y además nunca contrató.

La primera llamada la responde una máquina que pide que se cante de viva voz el motivo de la llamada. Uno no puede evitar sentir una cierta indignidad y ninguneo al hablar con una máquina que en ocasiones puede no entendernos. La frustración va in-crescendo cuando ese autómata interpreta incorrectamente nuestras intenciones y nos despachan con una locución comercial sobre un producto que no nos interesa. Tras todo esto, nos quedamos con el auricular colgando de la oreja y el frío bip-bip de la comunicación cortada.

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