28/11/09

DOCTOROW



Reseña anteriormente publicada en Ciberanka:
http://libros2.ciberanika.com/desktopdefault.aspx?pagina=/letras/D/p04927.ascx

Edgar Lawrence Doctorow (Nueva York, 1931) es un prolífico autor de novelas que incluso han sido llevadas al cine. Creció en el Bronx, descendiente de emigrantes judíos rusos. Después de graduarse con honores en 1952, trabajó en la Universidad de Columbia, NY, antes de ser enrolado en el ejército estadounidense y ser asignado a Alemania. Comenzó su carrera como lector en Columbia Pictures y posteriormente fue editor de la New American Library a principios de la década de 1960; durante la misma década fue también el editor principal de Dial Press, de 1964 a 1969.
La novela, si podemos llamarla así, está ambientada en la Nueva York a punto de cambiar de milenio; de hecho, se publicó en 2000. La obra se estructura siguiendo la obra agustiniana –guardadas las distancias, claro- como un conjunto de relatos, diálogos, canciones de la primera treintena del siglo XX, disquisiciones acerca del Universo o el concepto de lo sagrado, etc., yuxtapuestos o más bien amalgamados.
Un escritor, Everett, en busca de ideas, tanto para novela como para guión cinematográfico, las cuales van desgranándose a retazos; un maduro párroco, Pemberton, personaje muy agustiniano, librepensador y controvertido, al que le roban constantemente en su iglesia; un joven rabino, Joshua Gruen, que dirige una sinagoga “evolutiva”, donde aparece la cruz robada a Pemberton; Sarah, la mujer de Joshua, que transmite la infancia de su padre en el ghetto judío, el hermano de Everett, sobrevolando Alemania con su bombardero, el enfermo terminal McIlvaine, periodista que acaba con la vida de dos asesinos por casualidad, el filósofo Wittgenstein reflexionando sobre sí mismo.... Todo este caótico conjunto intenta reflejar lo que Doctorow piensa de NY, su ciudad, y del universo en general. Un mundo dentro de un mundo, un universo encajado en una isla, donde puede suceder cualquier cosa y puedes encontrarte con los personajes más dispares.
Esta es una obra de difícil lectura, por la manera en que está estructurada, en mi opinión demasiado forzada. Aunque estamos acostumbrados a este tipo de literatura contemporánea, donde no hay una narración lineal, sino que se entremezclan otro tipo de textos, poemas, breves ensayos, reflexiones de lo más diverso, etc. pero aun así, el lector debe tener al menos alguna pista para poder seguir leyendo y saber qué lee, de qué le están hablando. En esta obra, las pistas aparecen muy mediado el libro, con lo que el sufrido lector, cual mediocre detective, debe esforzarse enormemente para no abandonar en el primer tercio del libro. Porque el libro merece la pena ser leído, ciertamente, y conforme se acerca uno al final va descubriendo los nexos entre unos textos y otros. En mi caso, sólo fue hasta llegar a la narración del padre de Sarah sobre su vida en el ghetto, que me sentí verdaderamente atrapada por el libro.
El título de la obra es correctísimo, ya que Doctorow se guía por el patrón agustiniano, no sólo de su vida, sino de su obra Civitate Dei. Pemberton encarnaría –muy libremente- a S. Agustín. Y en Everett se encarna, evidentemente, el autor. En este punto, observo un cierto paralelismo con la obra de Philip Roth, autor obsesionado por encarnarse en sus obras. Y también hay ecos de la obra de Saul Bellow, e incluso diría más: de Paul Auster. No es casualidad que todos sean autores norteamericanos de origen judío, pero cuya relación con la religión recuerda las películas de Woody Allen. Sus preocupaciones básicas son similares, e incluso a veces se asemejan en el modo de abordar los temas, y en los personajes que crean.
Volviendo al libro, me llaman la atención las reflexiones wittgensteinianas, porque es un filósofo que me ha interesado siempre, por su obra y por su vida, también algo agustiniana, si vamos a ello. La inserción de canciones de principios de siglo es lo que considero más prescindible, aunque quizá al autor y a los lectores norteamericanos les traigan recuerdos de una época más que a los lectores europeos o concretamente españoles. Los textos donde imagina un guión cinematográfico, y el relato del periodista jubilado, donde roza el absurdo con lo desternillante son quizá lo más parecido a la serie de Zuckermann, de Roth. Las divagaciones sobre el origen del universo son interesantes pero las observaciones de los pájaros también son, a mi juicio, prescindibles. Dentro del conjunto de la obra de Doctorow, no es en mi opinión su mejor libro, pero como donde hay siempre queda, sigue siendo una obra de un gran escritor.

Hasta aquí, la reseña. Para terminar, añado este texto extraído de una entrevista a Doctorow sobre la relación de esta ciudad con su obra, porque lo considero relevante:
“Nueva York siempre ha sido el punto de contacto entre el viejo y el nuevo mundo. Cuando yo era niño, no dejaban de llegar a la ciudad refugiados prominentes que huían de la Europa de Hitler –actores, compositores, escritores, científicos, pintores, psicoanalistas y filósofos– que enriquecieron nuestra cultura de un modo muy desproporcionado en relación a su número. Por ejemplo, el compositor húngaro Bela Bartok y el teólogo Paul Tillich vivieron en Manhattan; Brecht o Hannah Arendt pasaron aquí temporadas y también, por supuesto, Einstein que vivía a apenas unas cuantas millas, en Princeton. Al día de hoy, las grandes universidades de Nueva York proporcionan generosas ayudas a investigadores extranjeros. En realidad, Nueva York siempre ha sido una ciudad global con un carácter internacional. Pero también es un centro comercial crucial en la construcción de la identidad capitalista norteamericana. Una población multicultural de ocho millones de personas que viven en una geografía restrictiva la convierten en la ciudad más intensamente vital del país. He vivido la mayor parte de mi vida en Nueva York o muy cerca de Nueva York. El resultado es que me siento más o menos en casa en cualquier otra ciudad del mundo. Nunca he pensado en Nueva York como en un territorio literario a explorar. No se abre camino en mis libros como un escenario que yo haya elegido sino como la vida. Sencillamente parto de la base de que Nueva York es lo que la vida es. No es un lugar, es la vida.

(http://www.rebelion.org/hemeroteca/cultura/031008ed.htm)

1 comentario:

Gonzalo Muro dijo...

No conocía ni al autor ni la obra que comentas y la verdad es que me ha parecido muy interesante ya que ese estilo de novelas menos lineales y algo más complejas en cuanto a la forma me resultan estimulantes.

En muchas ocasiones parecen más bien una disculpa para que el autor de entrada a sus obsesiones, opiniones y gustos ya que el argumento queda totalmente en segundo plano. Y quizá sea éste el futuro de la novela, una amalgama de retales en torno a un argumento que los ligue mínimamente. Quién sabe.

Un abrazo y Feliz Año.

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